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domingo, 3 de julio de 2011

El hijo del carbonero

En el núcleo de las calles más humildes que conforman el barrio obrero de “La Cerámica”, al sur de la argentina ciudad de Rosario, se fraguó lentamente la figura de un ángel que dejó el hollín que marcó su infancia para codearse con estrellas que copan la galaxia mundial.

Bajo su endeble apariencia, se esconde una personalidad humilde y sabedora del privilegio que le ha concedido la vida. De aspecto fino, orejas que desembocan en sendos pendientes y sonrisa tímida, Ángel Fabián Di María Hernández creció dejando a un lado el narcisismo, para hacerse un lugar en el insólito mundo del balompié, tan cruel como glorificante.

A la sombra de ilustres naturales de su Rosario querida y bajo el ala de viejas leyendas rosarinas, como Messi y “El viejo” Zof respectivamente, se forjó un futbolista cuyos inicios estuvieron marcados por un oportunismo al que se debió encomendar, ya que nunca contaba con el agrado de sus técnicos. Con el recuerdo del mundial que Maradona brindó a los argentinos, Miguel Di María y Diana Hernández trajeron al mundo a su primogénito en condiciones modestas, pero que no impidieron que desarrollase ese don natural con el que vio la luz en aquel invierno de finales de la década de 1980. Mayor de tres hermanos, compaginó unos estudios que nunca tuvieron cabida entre sus prioridades con la carbonería de su padre, siempre que el fútbol no le hacía pasar tardes de algarabía con sus seis amigos, los cuales aún perduran en el corazón del extremo argentino.

Cuando los estudios o el fútbol le dejaban un espacio de reposo, el espigado chaval no dudaba en colaborar con su progenitor en la carbonería que éste regentaba en el galpón de la humilde morada de los Di María. Juntos embolsaban y vendían el carbón, trabajo tras el cual, el pequeño “Angelito” regresaba plagado de tizón de pies a cabeza. Aquello ocasionó alguna que otra riña de su madre, que no lograba impedir la entrada de su hijo en ese estado a la casa.

Fue precisamente su progenitora quien, alertada por la constante hiperactividad en la actitud de su hijo, decidió llevarlo al médico. Éste la recomendó que “Angelito” practicase algún deporte como paliativo del nerviosismo que le caracterizaba. Fue allí cuando a la tierna edad de 4 años nació uno de los mejores habitantes del carril zurdo.

Lo que comenzó como un mero pasatiempo, acabó transformándose en algo sustancial y en una forma de vida para Ángel. “El Torito”, humilde equipo de su barrio, fue testigo de sus primeros pasos y de como, con cinco primaveras, firmó la bárbara cifra de 64 dianas en una campaña. Aquello llamó la atención de más de uno, que detectó el talento del argentino.

Pero quien dio el definitivo paso fue Ángel Tulio Zof, padre futbolístico del chico que, tras hablar con sus padres, acordó el traspaso del extremo a las categorías inferiores del Rosario Central a cambio de la cuantía de 25 balones. Por aquel entonces, contaba siete años y las puertas del mundo del balompié se le abrían de par en par.

La vida del hijo del carbonero cambió, circunstancia de la que no se eximieron sus progenitores. La que más sacrificio derrochó fue su madre, quien dejando a un lado las regañinas, se ataviaba con una bicicleta en la que conducía a su hijo durante media hora diaria hacia el norte de Rosario para que éste pudiera deleitarse sobre el césped del Rosario Central.

En esa bicicleta, no tuvieron cabida la fatiga, la lasitud o el derrotismo. Porque la fe que Diana depositó en el talento de su retoño le otorgaba la convicción precisa para pedalear una hora diaria.Desde el galpón familiar, su padre observaba los difíciles inicios de su hijo, disputando efímeras campañas marcadas por la dificultad que le entrañaba la disputa de los noventa minutos a consecuencia de su exánime musculatura.

Pero lejos de quedarse atrás respecto a su mujer, Miguel optó por confiar el porvenir de su hijo en los rectángulos de juego animándole a dedicarse en exclusividad al balompié. Valores como la confianza y el apoyo incondicional de sus seres más apegados junto a una constancia inconmensurable le hicieron dar el salto a la máxima división argentina, defendiendo los colores de su equipo del alma, los 'canallas'.

Tal fue la inspiración que invadía al extremo, que en su debut en la división de oro argentina brindó una asistencia para deleite de los hinchas del equipo rosarino. Aún sin cumplir la mayoría de edad, imprimió su sello en las mallas del Quilmes, al que anotó su primer tanto con el primer equipo de sus amores. Dos años de virtuosismo y embeleso le hicieron enfundarse la zamarra de la albiceleste, con la que certificó la clasificación a un mundial sub-20 disputado en Canadá que jamás olvidará. Batista se vio forzado a aventurar con la bisoñez del extremo, fruto de la baja de un compañero, y obtuvo una conclusión poco menos que satisfactoria.

La entrada de Di María supuso el salto de calidad que necesitaba un equipo liderado por Agüero para hacerse con el campeonato. La República Checa se libró del vendaval rosarino en una final que los sudamericanos se adjudicaron pese a la lesión del extremo en el fantástico cruce previo que completó. Cinco tantos en once partidos fueron el bagaje de un jugador que logró regatear a la suplencia. Aquel importante cambio de papeles que obró Ángel Di María hizo descolgar más de un teléfono. Llegaron cantos de sirena provenientes de Inglaterra e incluso Argentina, donde Boca pujó con mayoría de argumentos monetarios. Pese a todo, el próspero panorama económico que prevalecía en el viejo continente fue determinante para que Ángel, acompañado de su familia al completo, cruzase el charco rumbo a Lisboa, donde Camacho y su Benfica le habían reservado un hueco.Nada fácil resultó para un joven de 19 años abandonar sus raíces y sobretodo a sus amigos. Aquellas siete amistades, hermanadas desde la más tierna infancia, tuvieron que soportar la marcha de uno de ellos en pos del éxito futbolístico. Entre lágrimas, dicho grupo selló su amistad con un doble tatuaje que recuerda a todos, y en esencia a Di María, la humildad de sus orígenes. En el brazo zurdo, la frase “Nacer en la Perdriel fue y será lo mejor que me pasó en la vida” muestra que ni sus amigos ni sus inicios han quedado empolvados en el olvido. Menos sabido, pero igual de importante para él, es un tatuaje que en su pierna reza: “La banda de la Perdriel”, barrio que tantas tardes de regocijo regaló al 'fideo'.

Con una maleta rebosante de ilusión partió hacia la capital lusa, donde el Benfica se hizo con los servicios de una promesa a la que se encomendaron para mitigar la marcha de Simao, su máximo estandarte, al Atlético de Madrid. El primer contrato fue destinado a la mejora en la calidad de vida de sus padres. Además de pedirles que dejasen de trabajar, les edificó una casa en el barrio rosarino de Alberdi, lugar donde residen en la actualidad.

Aquel reconocimiento al derroche de sus padres durante la infancia de su hijo no se tradujo en felicidad inmediata en el Benfica. Ni Camacho primero ni Quique Sánchez Flores después, confiaron en su talento, relegándole a una suplencia que, ni mucho menos, frustró al joven. La paciencia, unida al ya mencionado oportunismo, le abrieron las puertas del paraíso con el aterrizaje de Jorge Jesús en el banquillos de las 'águilas'.

Dejando atrás los ajados terrenos de juego de su Rosario, vislumbró en la pradera del estadio Da Luz, donde contribuyó, en gran parte, a romper la hegemonía del Oporto. Aquel doblete que lograron los lisboetas un lustro después alzó a Di María al olimpo portugués tras ser designado máximo asistente y, sobretodo, mejor jugador del curso.

La explosión de la joya rosarina le hizo convertirse en objeto de deseo de más de uno, en especial del nuevo técnico del Real Madrid Jose Mourinho. El mesurado mundial que cuajó el argentino, recolocado por Maradona en una posición ajena a la que acostumbra, le restó facultades. Pese a ello, The Special One no lo dudó un momento e instó a su presidente a transferir 25 millones a un Benfica que poco pudo hacer por retener el afán del argentino.

Más de un lustro después de su eclosión en el fútbol argentino, aquel menudo muchacho que aparecía día sí y día también impregnado por el carbón, se ha hecho dueño de un carril por el que han desfilado Gento y Gordillo entre otros. Un flanco que, además, guarda una inquietante maldición en los últimos tiempos con las jóvenes promesas. Tanto Robinho (21 años) primero, como Robben (23 años) después no lograron despuntar en un equipo diseñado para eso, dato al que el 'fideo' buscará dar carpetazo a sus 23 primaveras.

Discurridos casi tres cuartos de la campaña, Ángel va por el camino correcto. Aquel que abrió ese 24 de agosto del pasado año encandilando en su debut al Bernabéu con un tanto al Peñarol incluido. En aquella noche de verano, la capital de España vio como un chico con el '22' a la espalda les dedicaba un corazón tras batir al guardameta uruguayo. Ese símbolo del amor que procesa al fútbol, acompañó y acompañará a Di María en sus instantes más prósperos.

Tapar las vías de entrada del egocentrismo y la caída a manos de la vanidad son dos de los ingredientes más importantes que debe evitar un humilde rosarino que, con tan sólo 23 años, se ha convertido en el trigésimo primer argentino que luce la elástica de todo un Real Madrid.

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